Opinión

No hay moros en la costa

Por Juan Antonio Izaguirre (*)-  La costumbre trae el adormecimiento de la capacidad de asombro. Pronto nos acostumbramos al buen pasar y pronto también tomamos como base de nuestras aspiraciones lo logrado hasta hoy, olvidándonos que las cosas que tenemos hoy son las que pedíamos ayer pero ya no nos es suficiente. Por ejemplo, la inclusión social que pedíamos es hoy el alimento de los haraganes; los famosos “planes trabajar” ya no existen, pero se los sigue mencionando. De los más de 2 millones 300 mil planes “jefas y jefes de hogar” solo existen poco menos de 5 mil.
16.11.2011 | 09:51
Quien más, quien menos, hemos usado interminablemente esta frase, sin saber de dónde proviene. Al preguntármelo, Marisa despertó la búsqueda y, vaya sorpresa, me encontré con enseñanzas inesperadas. Vamos a ver.

En principio, la frase proviene de los momentos previos a la expulsión de los moros del reino de España (donde habían estado por más de 700 años) por parte de los reyes católicos, cuando éstos (los moros) se dedicaban a asaltar las poblaciones ribereñas, las que colocaron al tope de sus murallas unos atalayas que servían de avistaje ante los bravíos invasores, encendiendo fogatas y avisando de tales ataques.

Cuando esto no ocurría, los guardias daban el aviso de “no hay moros en la costa”. No hay peligro. No hay testigos.

Eduardo Galeano, en su breve “Espejos. Una historia casi universal” rescata una anécdota: Una noche, le preguntó a un taxista: -¿Qué trajeron los moros a España? El hombre le respondió: -Problemas.”

Galeano pinta su cuadro a partir de este diálogo. En su relato “La herencia negada”, dice: "Los llamados moros eran españoles de cultura islámica, que en España habían vivido durante ocho siglos, treinta y dos generaciones, y allí habían brillado como en ninguna parte. Muchos españoles ignoran los resplandores de aquellas luces.

La herencia musulmana incluye: la tolerancia religiosa, que sucumbió a manos de los reyes católicos; los molinos de viento, los jardines y las acequias, el servicio público de correos, el vinagre, la mostaza, el azúcar de caña, los churros, las albóndigas, los frutos secos, el ajedrez, la cifra cero, el álgebra y la trigonometría, las obras clásicas de Platón… las cuatro mil palabras árabes que integran la lengua castellana, y varias ciudades de prodigiosa belleza, como Granada…".

Indudablemente, la costumbre trae el adormecimiento de la capacidad de asombro. Pero también la de destacar las luces y las sombras.

Pronto nos acostumbramos al buen pasar y pronto también tomamos como base de nuestras aspiraciones lo logrado hasta hoy, olvidándonos que las cosas que tenemos hoy son las que pedíamos ayer pero ya no nos es suficiente.

La inclusión social que pedíamos es hoy el alimento de los haraganes, los famosos “planes trabajar” ya no existen, pero se los sigue mencionando. De los más de 2 millones 300 mil planes “jefas y jefes de hogar” solo existen poco menos de 5 mil, y la desocupación del 18% del 2002 ha bajado a poco más de 7% con la inclusión de 5 millones de puestos de trabajo y más de 2 millones y medio de jubilados. Muchos de ellos, nunca habían hecho aportes, porque en la mayoría de los casos no tuvieron trabajo registrado y en un gran porcentaje, ni siquiera trabajo.

Qué decir de los que compran dólares con la velocidad del rayo y salen a golpear sus cacerolas de goma propugnando una corrida que no llegó nunca. Ni hablar de los que apostaron a eso y compraron caro lo que hoy no le interesa a nadie.

Hoy se sigue diciendo, por parte de los que dicen perseguir la protección de los mayores, que los jubilados tienen que cobrar el 82% móvil, sin explicar por qué cuando tuvieron la oportunidad le quitaron el 13% a los magros $ 150 que cobraban hace poquitos años, a los $ 1434 que ahora cobran. Para los que gustan de hablar en dólares, el salario en dólares subió de aquellos 150, a los actuales 334,65 dólares de hoy.

Ni hablar del comportamiento consuetudinario de quienes dicen defender la escuela pública a base de paros tan constantes como injustos y a esta altura repudiables, desde el mismo sector público de la educación, no ya diciendo que no es suficiente lo realizado, sino directamente negando que hubiese sucedido, como si las computadoras que se entregan fueran de fantasía, o si pudiese ser negada la tremenda obra de infraestructura realizada, aunque no sea óptima, tanto así como los sueldos, que aunque no suficientes, lejos están de ser “miserables”, como lo titulan para explicar su actitud.

Tendríamos que hablar también de los “trabajadores rurales” que, habiendo formado parte de la oposición que más atrasó en la presencia popular, trata de cortar rutas con escasos 30 o 40 contratados que se van a festejar los acuerdos ya obtenidos y que niegan para justificar su conducta, que, a esta altura, ya nadie refleja por escasa e injustificada.

En fin, tendríamos que dedicarle la copla anónima y por lo tanto popular, que el mismo Galeano rescata dedicada al mendigo ciego de las calles de Granada, tan majestuosamente hermosa por la mano de los Moros y que éste no tenía la dicha de ver.


Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.


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