Masacre del 2001: tres personas asesinadas en Entre Ríos
Crónica del final del gobierno de Fernando De La Rúa
El miércoles 20 de diciembre de 2001 el presidente Fernando de la Rúa renunció acosado por la gravedad de la crisis política y social que afectaba a la Argentina. Sólo dos años antes había sido elegido por la Alianza UCR-Frepaso con el 48,3 por ciento de los sufragios. Babel reproduce fragmentos de una nota publicada el 23 de diciembre del 2001 de la revista 3 Puntos en donde se relatan las últimas horas del gobierno del ex Presidente De La Rua que dejó 36 muertos en el país y más de 4.500 detenidos.
18.12.2011 | 20:53
No entendieron nada. Ninguno. Ni los que se fueron ni los que llegan. Fernando de la Rúa jamás sospechó siquiera qué quería esa gente que insistía con sus cacerolas. Mucho más lejos estaba, claro, de comprender por qué los saqueadores del conurbano insistían en arruinar el clima navideño. Pero el peronismo, supuesto triunfador, tampoco parece interpretar la magnitud de la crisis. Como tiburones, se lanzaron sobre la sangre derramada.
En San Luis festejaban con abrazos y risotadas, al tiempo que las noticias confirmaban los 25 muertos de la jornada política más violenta desde la Semana Trágica. Ahí mismo se pusieron a discutir. Si elegir un presidente interino hasta el 2003. Si ley de lemas. Si reformar la ley de acefalía. Si Ramón Puerta. Si Adolfo Rodríguez Saá. Si Eduardo Duhalde. Si elecciones ya o en sesenta días. Nadie se paró a pensar qué quería esa gente. La de los saqueos, la del cacerolazo del miércoles. ¿Esa mayoría no tan silenciosa está pidiendo elecciones urgentes? Quién sabe... La clase política, ciega y sorda, no entendió el llanto del almacenero chino ni la sentada de las universitarias en Plaza de Mayo ante la arremetida de la policía montada.
Pero, lo que es peor, tampoco entendió el resultado electoral del 14 de octubre, aun cuando pasaron dos meses. ¿Se olvidaron del voto bronca? ¿Se olvidaron de los 10 millones de ciudadanos que optaron entre el voto en blanco, la impugnación y el faltazo? ¿Qué les hace suponer que un presidente pueda sacar del voto popular la fortaleza necesaria que reclama esta severa crisis?
Las señoras que dejan sus mensajes en los contestadores de las radios piden que 'hagan algo rápido', que 'se unan todos y tiren para el mismo lado'. Suena ingenuo. Podría decirse que desconocen el funcionamiento básico de la política. Pero quizá por allí esté la respuesta: la inesperada movilización popular podría estar rogando que se modifique ese funcionamiento básico de la política. Los radicales, allá lejos y hace tiempo aliancistas, se retiraron consternados a cuarteles de invierno, que temen eternos.
Mientras los heridos superaban la barrera de los mil, el jueves negro Ramón Mestre, ministro del Interior y jefe de la Policía, sólo se preocupaba por un futuro demasiado virtual: 'Con esto desaparece el partido'. Los caudillos peronistas, por su lado, intentaban encontrar a uno de ellos que estuviera dispuesto a inmolarse por el bien de la Patria.
(…)
Los unos y los otros
Cuando todavía oficiaba como presidente, en sus últimas horas en la Casa Rosada, Fernando de la Rúa intentaba imponer el escaso poder que le quedaba: 'Dejá Canal 7, que es el único razonable para ver lo que pasa en serio'. Pero en medio del caos ni eso era posible: los trabajadores de la emisora estatal estaban en huelga y en el 7 sólo se veían dibujitos animados.
Entonces el mandatario se distrajo y le preguntó a Leonardo Aiello, su secretario todo terreno: '¿A qué hora responden los senadores?'. El hermano Jorge de la Rúa aprovechó para cambiar de canal, a TN. En la pantalla se veían las imágenes de la represión policial, la estampida de los manifestantes en Plaza de Mayo, los saqueos en el conurbano, los manifestantes. 'Esto es un desastre, es un desastre', repetía Nicolás Gallo. El Presidente miraba de reojo, pero no quería ver.
Eran las 17.45 cuando, por fin, se decidió. Un ministro está seguro de que, palabras más palabras menos, ésta fue la frase que debería pasar a la historia: 'No me entienden, no hay caso. No soy un presidente para este tiempo, me tengo que ir'. Su hijo Antonito intentó convencerlo, por última vez, de no abdicar: 'Todavía hay espacio para negociar, tenemos que presionarlos y obligarlos a sumarse...'. Gallo dejó su pesadumbre y saltó del sillón bordó. 'Dejare de joder, Antonio, ¿cuánto quilombo más querés que haya? Hay muchos muertos, nos van a terminar matando a nosotros', vociferó.
La discusión duró veinte minutos. Y el tono se elevó hasta los gritos desgarrados. Los demás funcionarios participaron apenas como testigos. Ni Adalberto Rodríguez Giavarini, ni Hernán Lombardi, ni el senador Carlos Maestro, ni Fernando Aíto de la Rúa mediaron en la polémica. Hasta que el mandatario echó por tierra las esperanzas de sus hijos. 'Ya no hay más espacio para negociar nada. Los peronistas vienen por todo', dijo.
El ministro que contó la escena a 3 puntos reconoció avergonzado que después De la Rúa agregó: 'Dentro de unos meses, el pueblo va a comprender que hice lo que pude, que peleé solo contra los molinos de viento'. Luego sí, se sentó frente a la computadora. '¿Cómo se redacta algo así?', preguntó, con un atisbo muy lejano de humorada. 'Creo que sería bueno que la hagas a mano', sugirió Giavarini.
Quince minutos después Ana Cernusco, la eterna secretaria de De la Rúa, mandó el manuscrito por fax a San Luis, donde empezaban a desembarcar los gobernadores peronistas. Rodríguez Saá interrumpió su alegría para leerle el texto a Puerta, que iba hacia allí en una avioneta particular. Puerta llamó primero a Enrique Coti Nosiglia, para intercambiar algunas opiniones; y después a Duhalde, que iba hacia el mismo sitio en otro avión, compartido con Ruckauf.
El senador escuchó, saludó y apagó su celular. Dicen que ni sonreía. '¿Y ahora qué?', le preguntó al gobernador bonaerense. Ruckauf en cambio, sí sonreía. La sonrisa le duró hasta la tarde del viernes 21, cuando el riojano Jorge Yoma le susurró, preocupado: 'Antes de voltearlo tendríamos que haber pensado qué íbamos a hacer con el poder'. Cuando el clamor popular y los ánimos políticos se serenaron un poco, los jefes peronistas comenzaron a darse cuenta de que correrían demasiados riesgos, muchos más que los que suponían.
¿Podrá resistir un gobierno de transición, en medio de un escenario electoral, tomando las antipáticas medidas económicas que a esta altura parecen ineludibles? ¿El peronismo seguirá tan bien posicionado electoralmente luego de imponer la devaluación y, seguramente, enajenar buena parte de los depósitos bancarios?
(…)
Sin embargo, la dimensión de la crisis es tan profunda y aguda que nadie, ni siquiera los supuestos ganadores, se anima a apostar qué pasará la semana que viene. Y ni el más iluminado de los integrantes de la clase política argentina puede responder cuando se le pregunta qué harán con los millones de pobres y muertos de hambre que se convirtieron en la peor pesadilla de los supermercadistas. O aun más difícil: qué era lo que querían esos cientos de miles que se autoconvocaron, con cacerolas y sin banderas, en una madrugada histórica en la Plaza de Mayo.
Pensar que el camino pasa por Rodríguez Saá, por la convocatoria a elecciones para el 3 de marzo y por la ley de lemas que traslada la interna peronista a todos los argentinos se parece mucho, demasiado, a no entender nada.”
Fuente: Gonzalo Álvarez Guerrero, revista 3 puntos, nº 235 del domingo 23 de diciembre de 2001. | Archivo Tea y Deportea
En San Luis festejaban con abrazos y risotadas, al tiempo que las noticias confirmaban los 25 muertos de la jornada política más violenta desde la Semana Trágica. Ahí mismo se pusieron a discutir. Si elegir un presidente interino hasta el 2003. Si ley de lemas. Si reformar la ley de acefalía. Si Ramón Puerta. Si Adolfo Rodríguez Saá. Si Eduardo Duhalde. Si elecciones ya o en sesenta días. Nadie se paró a pensar qué quería esa gente. La de los saqueos, la del cacerolazo del miércoles. ¿Esa mayoría no tan silenciosa está pidiendo elecciones urgentes? Quién sabe... La clase política, ciega y sorda, no entendió el llanto del almacenero chino ni la sentada de las universitarias en Plaza de Mayo ante la arremetida de la policía montada.
Pero, lo que es peor, tampoco entendió el resultado electoral del 14 de octubre, aun cuando pasaron dos meses. ¿Se olvidaron del voto bronca? ¿Se olvidaron de los 10 millones de ciudadanos que optaron entre el voto en blanco, la impugnación y el faltazo? ¿Qué les hace suponer que un presidente pueda sacar del voto popular la fortaleza necesaria que reclama esta severa crisis?
Las señoras que dejan sus mensajes en los contestadores de las radios piden que 'hagan algo rápido', que 'se unan todos y tiren para el mismo lado'. Suena ingenuo. Podría decirse que desconocen el funcionamiento básico de la política. Pero quizá por allí esté la respuesta: la inesperada movilización popular podría estar rogando que se modifique ese funcionamiento básico de la política. Los radicales, allá lejos y hace tiempo aliancistas, se retiraron consternados a cuarteles de invierno, que temen eternos.
Mientras los heridos superaban la barrera de los mil, el jueves negro Ramón Mestre, ministro del Interior y jefe de la Policía, sólo se preocupaba por un futuro demasiado virtual: 'Con esto desaparece el partido'. Los caudillos peronistas, por su lado, intentaban encontrar a uno de ellos que estuviera dispuesto a inmolarse por el bien de la Patria.
(…)
Los unos y los otros
Cuando todavía oficiaba como presidente, en sus últimas horas en la Casa Rosada, Fernando de la Rúa intentaba imponer el escaso poder que le quedaba: 'Dejá Canal 7, que es el único razonable para ver lo que pasa en serio'. Pero en medio del caos ni eso era posible: los trabajadores de la emisora estatal estaban en huelga y en el 7 sólo se veían dibujitos animados.
Entonces el mandatario se distrajo y le preguntó a Leonardo Aiello, su secretario todo terreno: '¿A qué hora responden los senadores?'. El hermano Jorge de la Rúa aprovechó para cambiar de canal, a TN. En la pantalla se veían las imágenes de la represión policial, la estampida de los manifestantes en Plaza de Mayo, los saqueos en el conurbano, los manifestantes. 'Esto es un desastre, es un desastre', repetía Nicolás Gallo. El Presidente miraba de reojo, pero no quería ver.
Eran las 17.45 cuando, por fin, se decidió. Un ministro está seguro de que, palabras más palabras menos, ésta fue la frase que debería pasar a la historia: 'No me entienden, no hay caso. No soy un presidente para este tiempo, me tengo que ir'. Su hijo Antonito intentó convencerlo, por última vez, de no abdicar: 'Todavía hay espacio para negociar, tenemos que presionarlos y obligarlos a sumarse...'. Gallo dejó su pesadumbre y saltó del sillón bordó. 'Dejare de joder, Antonio, ¿cuánto quilombo más querés que haya? Hay muchos muertos, nos van a terminar matando a nosotros', vociferó.
La discusión duró veinte minutos. Y el tono se elevó hasta los gritos desgarrados. Los demás funcionarios participaron apenas como testigos. Ni Adalberto Rodríguez Giavarini, ni Hernán Lombardi, ni el senador Carlos Maestro, ni Fernando Aíto de la Rúa mediaron en la polémica. Hasta que el mandatario echó por tierra las esperanzas de sus hijos. 'Ya no hay más espacio para negociar nada. Los peronistas vienen por todo', dijo.
El ministro que contó la escena a 3 puntos reconoció avergonzado que después De la Rúa agregó: 'Dentro de unos meses, el pueblo va a comprender que hice lo que pude, que peleé solo contra los molinos de viento'. Luego sí, se sentó frente a la computadora. '¿Cómo se redacta algo así?', preguntó, con un atisbo muy lejano de humorada. 'Creo que sería bueno que la hagas a mano', sugirió Giavarini.
Quince minutos después Ana Cernusco, la eterna secretaria de De la Rúa, mandó el manuscrito por fax a San Luis, donde empezaban a desembarcar los gobernadores peronistas. Rodríguez Saá interrumpió su alegría para leerle el texto a Puerta, que iba hacia allí en una avioneta particular. Puerta llamó primero a Enrique Coti Nosiglia, para intercambiar algunas opiniones; y después a Duhalde, que iba hacia el mismo sitio en otro avión, compartido con Ruckauf.
El senador escuchó, saludó y apagó su celular. Dicen que ni sonreía. '¿Y ahora qué?', le preguntó al gobernador bonaerense. Ruckauf en cambio, sí sonreía. La sonrisa le duró hasta la tarde del viernes 21, cuando el riojano Jorge Yoma le susurró, preocupado: 'Antes de voltearlo tendríamos que haber pensado qué íbamos a hacer con el poder'. Cuando el clamor popular y los ánimos políticos se serenaron un poco, los jefes peronistas comenzaron a darse cuenta de que correrían demasiados riesgos, muchos más que los que suponían.
¿Podrá resistir un gobierno de transición, en medio de un escenario electoral, tomando las antipáticas medidas económicas que a esta altura parecen ineludibles? ¿El peronismo seguirá tan bien posicionado electoralmente luego de imponer la devaluación y, seguramente, enajenar buena parte de los depósitos bancarios?
(…)
Sin embargo, la dimensión de la crisis es tan profunda y aguda que nadie, ni siquiera los supuestos ganadores, se anima a apostar qué pasará la semana que viene. Y ni el más iluminado de los integrantes de la clase política argentina puede responder cuando se le pregunta qué harán con los millones de pobres y muertos de hambre que se convirtieron en la peor pesadilla de los supermercadistas. O aun más difícil: qué era lo que querían esos cientos de miles que se autoconvocaron, con cacerolas y sin banderas, en una madrugada histórica en la Plaza de Mayo.
Pensar que el camino pasa por Rodríguez Saá, por la convocatoria a elecciones para el 3 de marzo y por la ley de lemas que traslada la interna peronista a todos los argentinos se parece mucho, demasiado, a no entender nada.”
Fuente: Gonzalo Álvarez Guerrero, revista 3 puntos, nº 235 del domingo 23 de diciembre de 2001. | Archivo Tea y Deportea