Por Rodolfo Livingston y Nidia Marinaro (arquitectos)
Casas para el pueblo
Como un arroyito que fluye esquivando las rocas que frenan el curso del agua, los desposeídos avanzan sobre la ciudad. Todo está ocupado y lo que está vacío tiene dueño y cuesta millones. Se instalan entonces en terrenos inundables que a nadie le interesan, en lugares de propiedad dudosa, como el Indoamericano (Capital Federal) o se introducen en edificios abandonados, como el albergue Warnes (CF). El agua siempre encuentra un atajo que no les gusta a los dueños de casa (lo saben los arquitectos en su lucha eterna contra las goteras).
27.12.2011 | 22:03
Los gobiernos ensayan caminos diferentes para encarar la situación. En las dictaduras predominan los paredones que esconden la pobreza. Lo que importa es que no se vea. También el desalojo violento y el incendio en muchos países del mundo(la película Mississippi en llamas y Villa miseria también es América, de Bernardo Verbitsky). Los gobiernos civiles tienen respuestas variadas, que analizaremos sintéticamente en estos apuntes.
MONOBLOCKS
Las teorías que dieron origen al movimiento moderno en arquitectura, encabezado por Le Corbusier y la Bauhaus en la primera mitad del siglo XX y sustentadas por nuevas técnicas de construcción, sumadas al invento del ascensor en 1857, condujeron al monoblock en altura.
La clase media sigue adaptándose a ese modelo, aunque no del todo porque subsiste siempre el patio, el fondo y el césped, como deseos incumplidos, compensados a veces por casas de fin de semana y los imprescindibles parques urbanos. Pero no ocurre lo mismo con los grupos humanos que provienen de las villas; por falta de recursos ellos siguen padeciendo la fragmentación social y sus consecuencias.
En los Estados Unidos se construyó el barrio de monobloks (33 torres) Pruitt Igoe en San Luis, Misuri, dividido en bloques para negros pobres y otros para blancos pobres. Esa separación, sumada a los lugares comunes de los que nadie se sentía dueño, resultaron altamente criminógenos, tanto, que una comisión compuesta por sociólogos, policías penalistas y psicólogos aconsejó su demolición, acontecimiento que ocurrió el 16 de marzo de 1976. El conjunto, diseñado por el arquitecto Minoro Yamasaki, autor también de las torres del World Trade Center, había sido premiado por jurados formados por prestigiosos arquitectos. Ese día, a las tres en punto de la tarde, murió la arquitectura moderna.
En nuestro país la necesidad de encarar el problema de la vivienda condujo también al mismo tipo de respuesta masiva en altura con similares resultados, caso Fuerte Apache, entre otros. En la década del ’70, los jurados premiaban proyectos de conjuntos con pasillos aéreos convertidos en lugares de nadie.
Premiaban dibujos, sin imaginar la vida La arquitectura y el urbanismo son algo más que funcionalidad y belleza. El diseño de los conjuntos y su inserción urbana estructuran las relaciones sociales.
El albergue Warnes, sin agua ni luz ni ventanas, fue intrusado y luego demolido también con explosiones en 1991. Estaba destinado al Hospital Nacional de Pediatría y la obra quedó paralizada con el golpe del ’55. Perón había expropiado las 19 hectáreas del lugar que finalmente pasaron al poder del grupo francés Carrefour, restando así un parque para una zona de Buenos Aires, el barrio La Paternal, que carece de ellos.
Las 700 familias de aquella villa miseria vertical presenciaron emocionados, por televisión, las explosiones. Estuve con ellos ese día en el barrio de casas bajas Ramón Carillo que les fue asignado, cuya crítica no cabe en esta nota.
Cómo era posible que la destrucción de un hábitat tan espantoso les provocara emoción antes que alegría, nos preguntábamos. Es que una vivienda, por más pobre que sea, es siempre un hogar y un hogar que se abandona siempre se extraña aunque se transite a una situación mejor.
La propuesta de casas bajas, todas iguales, sin espacios públicos y semipúblicos claramente diferenciados, ni crecimientos previstos, se comportan igual que un monoblock horizontal, un monoblock desmayado en el piso.
La raíz de esos errores, macro errores en realidad, es el aislamiento que la disciplina urbanística ha tenido respecto de la política y de otras disciplinas, como la sociología y, fundamentalmente, de la participación de la gente en la elaboración de los proyectos. Aún hoy se publican proyectos en revistas especializadas sin que figure jamás la opinión de sus destinatarios
RACISMO
Las familias mudadas al barrio Ramón Carrillo produjeron el descontento de una elevada cantidad de vecinos en Villa Soldati, Floresta sur y Villa Lugano apenas se conoció el proyecto. Quemaron gomas, cortaron calles, se enfrenaron a la policía. Racismo y temor eran las constantes. Temor a los pobres, identificados como delincuentes, en una sociedad donde los maridos y los novios parecen ser más peligrosos en todas las clases sociales a juzgar por las estadísticas de violencia contra la mujer. Hay propuestas reiteradas de bajar la edad de imputabilidad de los adolescentes, cuyo ránking de homicidios es menor que los que se cometen en el ámbito familiar.
Pero también se dan casos contrarios donde prevalece la solidaridad, como el que ocurrió hace poco tiempo en una escuela barrial: los alumnos y sus padres se negaron a recibir las notebooks que entregaba Macri porque habían privado del derecho a recibirlas a los niños bolivianos, peruanos y paraguayos. “Son extranjeros”, rezaba la directiva emanada del gobierno de la Ciudad. Como dice Federico Pavlosky: “En un tonel de hielo hay siempre una chispa de fuego.”
Algo muy parecido decía Le Pen, en Francia, en 2005: “Para ser francés hay que tener sangre francesa o bien merecerla.” Las revueltas de inmigrantes son respuestas a una sociedad que les niega derechos y los excluye. “Bombas atómicas sociales”, llamaba Le Pen a estos barrios, sin tener en cuenta que fueron los europeos los autores de la horrible depredación y saqueo de África, de donde provienen los inmigrantes.
El principal antecedente de esta idea de fragmentar los barrios son las reformas que llevó a cabo el barón Haussmann a mediados del siglo XIX, en París, enviando a las afueras a los pobres que vivían en los pisos altos en el centro de la ciudad. En Buenos Aires, norte y sur marcan dos zonas socialmente diferenciadas y también en el mundo, dicho sea de paso.
En definitiva la causa principal del fracaso de estos nuevos barrios, altos y bajos, es muy probable que radique en la exclusión, en los prejuicios generados por el racismo, algo difícil de combatir, hasta se usa como argumento de venta. “Torre exclusiva”, “Para unos pocos”.
Seguramente hasta los pueblos originarios, admirados por su organización social, costumbres y creencias, como la Pachamama, entre muchas otras, discriminaban también a etnias vecinas. Siempre hubo “bárbaros” alrededor de “los buenos”. Si bien siguen produciéndose espantosos genocidios, peores que los de la antigüedad, la humanidad ha incorporado los Derechos Humanos, la condena a esos atropellos horrendos. Debemos luchar por la ética y la solidaridad porque son quizá nuestro único y verdadero progreso, que no consiste seguramente en la técnica ni en el consumo sin límites.
RUMBOS POSIBLES
La integración puede fomentarse de varias maneras. Por ejemplo, insertando el nuevo barrio de tal modo que la escuela, el centro médico, los comercios, el club y los parques sean compartidos entre los habitantes del conjunto nuevo y sus vecinos, sobre todo al nivel de los niños, que luego provocan el encuentro de los padres.
Un buen trabajo social estimulado por el municipio es necesario. Tal es el caso del barrio Justo Suárez, en Barracas, del arquitecto Osvaldo Cedrón, y la erradicación de la Villa Carlos Gardel, en Morón, por los alcaldes Sabbatella y Ghi. En ambos conjuntos se trata de bloques no muy grandes de tres pisos de altura sin ascensor, una tipología que parece ser más aceptable que otras. Otro buen ejemplo, erróneamente condenado por “la academia” porque “no es moderno”, es el barrio Eva Perón, en Saavedra.
La mejor solución sería la atomización de viviendas construidas en forma individual, con el asesoramiento de “arquitectos de familia”, o en agrupamientos pequeños, expropiando algunos de los tantos terrenos vacíos que existen en nuestras ciudades, previa ley del suelo urbano, que ponga limites al precio desmesurado de los terrenos. Eso no es un invento extraño, es el mismo camino que recorre la clase media, excluyendo los countries. Si la vivienda y los terrenos son un negocio en forma excluyente de otros propósitos, jamás podremos hablar de vivienda social y vivienda social sin integración, no es social.
Nuestra intención es provocar debate sobre estos temas, con la finalidad de contribuir a que las casas para el pueblo, llamadas viviendas sociales (en realidad todas lo son) sean algo más que construcciones. Gobernantes y arquitectos debemos contribuir a la creación de espacios para la comunicación humana. Un urbanismo y una arquitectura al servicio del encuentro y la solidaridad. Es decir, de la felicidad.
Fuente: Tiempo Argentino
MONOBLOCKS
Las teorías que dieron origen al movimiento moderno en arquitectura, encabezado por Le Corbusier y la Bauhaus en la primera mitad del siglo XX y sustentadas por nuevas técnicas de construcción, sumadas al invento del ascensor en 1857, condujeron al monoblock en altura.
La clase media sigue adaptándose a ese modelo, aunque no del todo porque subsiste siempre el patio, el fondo y el césped, como deseos incumplidos, compensados a veces por casas de fin de semana y los imprescindibles parques urbanos. Pero no ocurre lo mismo con los grupos humanos que provienen de las villas; por falta de recursos ellos siguen padeciendo la fragmentación social y sus consecuencias.
En los Estados Unidos se construyó el barrio de monobloks (33 torres) Pruitt Igoe en San Luis, Misuri, dividido en bloques para negros pobres y otros para blancos pobres. Esa separación, sumada a los lugares comunes de los que nadie se sentía dueño, resultaron altamente criminógenos, tanto, que una comisión compuesta por sociólogos, policías penalistas y psicólogos aconsejó su demolición, acontecimiento que ocurrió el 16 de marzo de 1976. El conjunto, diseñado por el arquitecto Minoro Yamasaki, autor también de las torres del World Trade Center, había sido premiado por jurados formados por prestigiosos arquitectos. Ese día, a las tres en punto de la tarde, murió la arquitectura moderna.
En nuestro país la necesidad de encarar el problema de la vivienda condujo también al mismo tipo de respuesta masiva en altura con similares resultados, caso Fuerte Apache, entre otros. En la década del ’70, los jurados premiaban proyectos de conjuntos con pasillos aéreos convertidos en lugares de nadie.
Premiaban dibujos, sin imaginar la vida La arquitectura y el urbanismo son algo más que funcionalidad y belleza. El diseño de los conjuntos y su inserción urbana estructuran las relaciones sociales.
El albergue Warnes, sin agua ni luz ni ventanas, fue intrusado y luego demolido también con explosiones en 1991. Estaba destinado al Hospital Nacional de Pediatría y la obra quedó paralizada con el golpe del ’55. Perón había expropiado las 19 hectáreas del lugar que finalmente pasaron al poder del grupo francés Carrefour, restando así un parque para una zona de Buenos Aires, el barrio La Paternal, que carece de ellos.
Las 700 familias de aquella villa miseria vertical presenciaron emocionados, por televisión, las explosiones. Estuve con ellos ese día en el barrio de casas bajas Ramón Carillo que les fue asignado, cuya crítica no cabe en esta nota.
Cómo era posible que la destrucción de un hábitat tan espantoso les provocara emoción antes que alegría, nos preguntábamos. Es que una vivienda, por más pobre que sea, es siempre un hogar y un hogar que se abandona siempre se extraña aunque se transite a una situación mejor.
La propuesta de casas bajas, todas iguales, sin espacios públicos y semipúblicos claramente diferenciados, ni crecimientos previstos, se comportan igual que un monoblock horizontal, un monoblock desmayado en el piso.
La raíz de esos errores, macro errores en realidad, es el aislamiento que la disciplina urbanística ha tenido respecto de la política y de otras disciplinas, como la sociología y, fundamentalmente, de la participación de la gente en la elaboración de los proyectos. Aún hoy se publican proyectos en revistas especializadas sin que figure jamás la opinión de sus destinatarios
RACISMO
Las familias mudadas al barrio Ramón Carrillo produjeron el descontento de una elevada cantidad de vecinos en Villa Soldati, Floresta sur y Villa Lugano apenas se conoció el proyecto. Quemaron gomas, cortaron calles, se enfrenaron a la policía. Racismo y temor eran las constantes. Temor a los pobres, identificados como delincuentes, en una sociedad donde los maridos y los novios parecen ser más peligrosos en todas las clases sociales a juzgar por las estadísticas de violencia contra la mujer. Hay propuestas reiteradas de bajar la edad de imputabilidad de los adolescentes, cuyo ránking de homicidios es menor que los que se cometen en el ámbito familiar.
Pero también se dan casos contrarios donde prevalece la solidaridad, como el que ocurrió hace poco tiempo en una escuela barrial: los alumnos y sus padres se negaron a recibir las notebooks que entregaba Macri porque habían privado del derecho a recibirlas a los niños bolivianos, peruanos y paraguayos. “Son extranjeros”, rezaba la directiva emanada del gobierno de la Ciudad. Como dice Federico Pavlosky: “En un tonel de hielo hay siempre una chispa de fuego.”
Algo muy parecido decía Le Pen, en Francia, en 2005: “Para ser francés hay que tener sangre francesa o bien merecerla.” Las revueltas de inmigrantes son respuestas a una sociedad que les niega derechos y los excluye. “Bombas atómicas sociales”, llamaba Le Pen a estos barrios, sin tener en cuenta que fueron los europeos los autores de la horrible depredación y saqueo de África, de donde provienen los inmigrantes.
El principal antecedente de esta idea de fragmentar los barrios son las reformas que llevó a cabo el barón Haussmann a mediados del siglo XIX, en París, enviando a las afueras a los pobres que vivían en los pisos altos en el centro de la ciudad. En Buenos Aires, norte y sur marcan dos zonas socialmente diferenciadas y también en el mundo, dicho sea de paso.
En definitiva la causa principal del fracaso de estos nuevos barrios, altos y bajos, es muy probable que radique en la exclusión, en los prejuicios generados por el racismo, algo difícil de combatir, hasta se usa como argumento de venta. “Torre exclusiva”, “Para unos pocos”.
Seguramente hasta los pueblos originarios, admirados por su organización social, costumbres y creencias, como la Pachamama, entre muchas otras, discriminaban también a etnias vecinas. Siempre hubo “bárbaros” alrededor de “los buenos”. Si bien siguen produciéndose espantosos genocidios, peores que los de la antigüedad, la humanidad ha incorporado los Derechos Humanos, la condena a esos atropellos horrendos. Debemos luchar por la ética y la solidaridad porque son quizá nuestro único y verdadero progreso, que no consiste seguramente en la técnica ni en el consumo sin límites.
RUMBOS POSIBLES
La integración puede fomentarse de varias maneras. Por ejemplo, insertando el nuevo barrio de tal modo que la escuela, el centro médico, los comercios, el club y los parques sean compartidos entre los habitantes del conjunto nuevo y sus vecinos, sobre todo al nivel de los niños, que luego provocan el encuentro de los padres.
Un buen trabajo social estimulado por el municipio es necesario. Tal es el caso del barrio Justo Suárez, en Barracas, del arquitecto Osvaldo Cedrón, y la erradicación de la Villa Carlos Gardel, en Morón, por los alcaldes Sabbatella y Ghi. En ambos conjuntos se trata de bloques no muy grandes de tres pisos de altura sin ascensor, una tipología que parece ser más aceptable que otras. Otro buen ejemplo, erróneamente condenado por “la academia” porque “no es moderno”, es el barrio Eva Perón, en Saavedra.
La mejor solución sería la atomización de viviendas construidas en forma individual, con el asesoramiento de “arquitectos de familia”, o en agrupamientos pequeños, expropiando algunos de los tantos terrenos vacíos que existen en nuestras ciudades, previa ley del suelo urbano, que ponga limites al precio desmesurado de los terrenos. Eso no es un invento extraño, es el mismo camino que recorre la clase media, excluyendo los countries. Si la vivienda y los terrenos son un negocio en forma excluyente de otros propósitos, jamás podremos hablar de vivienda social y vivienda social sin integración, no es social.
Nuestra intención es provocar debate sobre estos temas, con la finalidad de contribuir a que las casas para el pueblo, llamadas viviendas sociales (en realidad todas lo son) sean algo más que construcciones. Gobernantes y arquitectos debemos contribuir a la creación de espacios para la comunicación humana. Un urbanismo y una arquitectura al servicio del encuentro y la solidaridad. Es decir, de la felicidad.
Fuente: Tiempo Argentino