Opinión, por Clara Chauvin (*)

Mi cuerpo es... mío

El piropo callejero, tan agresivo como naturalizado, no es otra muestra más de violencia de género, donde el hombre intenta demostrar su superioridad patriarcal, faltando el respeto y cosificando a la mujer porque simplemente se le ocurrió. Video.
25.09.2012 | 15:13
Ella va por la calle y él la ve pasar. Le atrae y la observa y detiene su paso para mirarla mejor cuando ella pase delante de él. Ella se dio cuenta, se siente observada e incómoda pero a él no le interesa, sólo quiere salirse con la suya y lo hace: “Qué linda que sos morocha”.

Este hecho es tan común y habitual que se ha subestimado y nos olvidamos de lo que verdaderamente refleja: otra forma de cosificación de la mujer que todas debemos soportar sin una razón valedera.

Aunque el comentario no sea agresivo en apariencia y algunas mujeres le resten importancia o lo ignoren, el “piropo” no deja de ser una forma de agresión y acoso en donde el hombre se siente con impunidad y derecho de decirle cualquier cosa a una mujer, en una actitud de total superioridad patriarcal.

En consultas que hizo Babel a distintas mujeres, todas coincidieron en que en varias ocasiones debieron sufrir algún comentario de un desconocido en la calle. Miles de veces: "‘mamita’, ‘morocha’, ‘hola hermosa’, ‘ay esos anteojitos’”, comentó una de las mujeres. Otra de las consultadas expresó: “Me han dicho cosas por la calle, algunas desubicadas y otras veces directamente preguntándome si trabajaba por sexo y la verdad me molestó y me asustó”.

La lucha contra los estereotipos es constante y no se puede asegurar que se vive en una sociedad igualitaria entre los sexos mientras las mujeres deben pensar dos veces cómo vestirse para salir a la calle por temor a lo que pueden decirle o hacerle. La condena social sobre la sexualidad femenina se pudo reflejar claramente en el infame video musical (que luego ilustró la tapa de la revista Noticias) que muestra una explícita versión animada de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner masturbándose.

Esa imagen cruzó todos los límites de burla que supo tener una figura presidencial y, en este caso, atacando directamente la sexualidad, en donde se la pone en un plano negativo ya que quiere demostrar que la primera mandataria se puede alcanzar el más alto clímax a partir del poder y el totalitarismo.

Esa violencia machista y fálica, que abusa verbalmente, que golpea y humilla, que olvida el respeto tanto por la mujer que camina en la calle como por la Presidenta de la Nación, que cree que el cuerpo femenino es un simple receptor de sus propios deseos, no puede ser naturalizada. Debe ser combatida con rebeldía, sin Dios, ni patrón, ni marido. El respeto no se negocia.


La autora es editora de Género y Cultura de Babel.
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