De la mano de Alfonsín

Por Mario Arcusin desde Basavilbaso (*).
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
31.03.2011 | 18:14
Mucho se dice por estos días, a dos años de su muerte, y mucho se escribirá todavía, acerca del genio y la figura de Alfonsín. Y no seré yo menos, sobre todo por la curiosa empatía que me unió siempre a su figura, desde los albores de la democracia recuperada.

Los que somos hijos putativos del Proceso, o sea quienes fuimos adolescentes y jóvenes en los años setenta, debemos reconocernos verdaderos hijos políticos del Dr. Alfonsín, porque su imagen proyectada sobre todos nosotros nos permitió salir del brete en que estábamos metidos. Y hoy, todos, reconocen que sin él nada hubiese sido posible.

Hay personas que nacen en el lugar debido y en el momento adecuado, y sin dudas éste fue uno de los casos. Su trayectoria política de militancia partidaria y algunos cargos electivos no podía hacer a nadie imaginar que se iba a convertir en el más grande presidente que tuvo la Argentina, por él y por sus circunstancias.

Voy a tratar de ahorrarme los lugares comunes, aunque tampoco está mal que se recurra a ellos, justamente porque son los lugares de todos. Y con ese fin me detendré muy especialmente en algunos aspectos que a mi entender no están siendo considerados, y que terminan siendo muy importantes, sobre todo a la luz no ya del pasado, que fue su vida, sino del futuro, que es su legado.

Elegí la primera de las "Coplas a la muerte de su padre", de Jorge Manrique, para comenzar este recordatorio, porque Alfonsín, como una especie de padre, me dio la impronta ideológica y que me hizo entender hasta las cosas que en política resultan a veces tan difíciles de entender.

Son muchos los que ahora se llenan la boca, mentirosamente, y no perdieron oportunidad para molestarlo y burlarse. Son muchos los que hicieron mofa de su necesaria "la casa está en orden", de sus leyes de obediencia debida y punto final, de su salida anticipada, de su papel en el Pacto de Olivos, de su rol en la candidatura de Lavagna, en fin, de su mixtura entre la idiosincrasia del ser argentino y su rol de conductor de quienes hacemos gala de esa idiosincrasia.

"Me quieren pero no me votan", fue la sempiterna y amarga queja de Alfonsín, sobre todo después de ver como la sociedad argentina recicla permanentemente personajes nefastos, permitiéndoles resucitar, permiso que a él le han, por lo menos hasta su real y verdadera muerte, negado.

Es evidente que si se pudieran graficar las variaciones de la estima humana, varios picos coincidirían con la desgracia, como si ésta ennobleciera de por sí a los hombres a los ojos de los demás. Esto tiene normalmente menos que ver con el valor intrínseco de alguien que con la volatilidad de los sentimientos ajenos. Recuérdese, por ejemplo, el famoso gesto de Balbín, cuando dijo, ante el féretro de Perón, "este viejo adversario despide a un amigo". El mismo amigo que, el 29 de Septiembre de 1949, le ordenó a Héctor Cámpora, por entonces Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, que lo expulsara enviándolo a la cárcel.

Por eso son geniales, y todo un símbolo, sus palabras de aquél momento, y que contradicen las que, quizás obligado por las circunstancias, dijo después.

"No he aprendido todo lo que puede hacer un oficialismo desbordado, pero estoy resuelto a sufrirlo todo para que no lo tengan que sufrir las generaciones futuras...Nosotros tenemos sentido de futuro, no barriga de presente...".

"Todos los triunfadores tienen la creencia de su perpetuidad; todos los triunfadores creen que vivirán sus vidas enteras en el triunfo. Cuando una minoría les dice que están equivocados y que algún día los vencerán, se ríen, como se ríen ustedes ahora... Pero nosotros que tenemos la vieja experiencia de nuestros sacrificios, sabemos que esto termina, y como no trabajamos para nosotros, sabemos que nuestros hijos llegarán a tiempo."

"No me detendré en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de nadie, pero tengan la seguridad que estaré sentado en la vereda de mi casa viendo pasar los funerales de las dictaduras para bien del país. Si con irme pago el precio como cualquier otro de los luchadores de mi partido; si este es el precio por el honor de haber presidido este bloque magnífico, que es una reserva moral del país, han cobrado barato; fusilándome, todavía no estaríamos a mano".

Lo que dijo Balbín en esa oportunidad bien podría haber sido el testamento político de Alfonsín, cambiando cárcel por un escarnio público que no mereció, y al que fue inmolado por pérfidos intereses de la oposición.

Y terminamos, con la última copla de Manrique, en homenaje al querido Raúl:

Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
(el cual la ponga en el cielo
Y en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dejonos harto consuelo
su memoria.

(*) Director del semanario Crónica de Basavilbaso.
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