Por Clara Chauvin

Feminismo, machismo y la falsa versión de dos caras de una misma moneda

Aunque ambas palabras identifiquen a los dos sexos, sus significados representan cuestiones distintas. A groso modo, el machismo representa violencia, mientras que el feminismo identifica a una lucha social que busca el reconocimiento de la igualdad.  
23.02.2013 | 19:53
La mal llamada Guerra de los Sexos y las posmodernas teorías de “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” van acarreando divisiones y enfrentamientos innecesarios. Interfieren dentro del largo proceso de lucha para una sociedad más igualitaria y terminan agrandando simples diferencias biológicas.

Muchas veces, la masificación de dichas teorías generaliza y disminuye las enormes diferencias que existen entre dos extremos que, aunque lo parezca a simple vista, no representan las dos caras de una misma moneda: el feminismo y el machismo.

A pesar de que dichos ismos contienen en su gramática una raíz referida a ambos sexos, sus enormes diferencias pasan por lados sociales, políticos y hasta metodológicos. El feminismo, por un lado, es un movimiento humanista que a lo largo de la historia fue llevado adelante en pos de una verdadera reivindicación social de las mujeres, con el objeto de dejar de reducirse al simple lugar de esposa y madre, ser pares de los hombres en los distintos sectores de la sociedad y lograr una igualdad sin enfrentamientos.

El machismo, por su parte, representa una tradición cultural gestada dentro del patriarcado, que se remonta a los inicios mismos de la civilización, que actualmente sigue presente, y que busca la dominación ejerciendo violencia, abuso, humillación y creando una ley del más fuerte, propia de un Estado fascista y totalitario.

El hablar de una “violencia machista” representa una contradicción en sí mismo ya que ambos términos se retroalimentan. Existe violencia tanto en el hombre que golpea y humilla a una mujer como en el hombre que procura mantener a su esposa con todas las comodidades, bajo la falsa máscara de “un hogar feliz”, para que ella no se queje, no discuta, no opine y sea una cónyuge obediente. En los dos casos nombrados existe un dominador y un dominado (consiente o inconsciente), una libertad cercenada por una fuerza que se impone. 

Pierre Bourdieu, en su ensayo La Dominación Masculina, escribe: “Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales. Eso puede llevar a una especie de autodepreciación, o sea de autodenigración sistemáticas (…) La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural”.

Más adelante en su obra, Bourdieu agrega: “(…) La virilidad es un concepto eminentemente relacional, construido ante y para los restantes hombres y contra la femineidad, en una especie de miedo de lo femenino, en un primer lugar en sí mismo”. O también, como diría Eduardo Galeano, “miedo del hombre a la mujer sin miedo”.

El movimiento feminista, por su parte (y que actualmente también va de la mano del movimiento LGBT, también víctimas de la dominación machista), no busca imponer dominación, no persigue ni tortura ni mata sino que la lucha está abocada en lograr una sociedad más igualitaria y equitativa para todos y todas sin excepción.

La filósofa española Amelia Valcárcel expresó en una entrevista: “El feminismo no tiene nada de que avergonzarse. No ha producido violencia ni tiene todavía ningún muerto en el campo contrario. Y ha logrado, con métodos pacíficos siempre, y a costa de las vidas de mucha gente sacrificándose, ir consiguiendo meta tras meta”.

La incorporación de la figura del femicidio dentro del Código Penal Argentino, aprobado en 2012, representa un nuevo logro dentro de esa lucha. Dentro de los fundamentos del proyecto se señaló: “El concepto de ‘femicidio’ ayuda a desarticular los argumentos que naturalizan la violencia de género como un asunto personal o privado y revela su carácter profundamente social y político, resultado de las relaciones estructurales de poder, dominación y privilegio entre los varones y las mujeres en la sociedad (…) Los ‘femicidios’ denuncian la naturalización de las formas más extremas de violencia contra las mujeres, presentándose como una alternativa a la neutralidad del término ‘homicidio’”.

La meta óptima, la Tesis Final, es alcanzar una sociedad en donde ni el machismo ni el feminismo existan, eso representaría que la igualdad ya es un hecho. (Redacción de Babel) 
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