Pasado, presente y futuro: 16 de junio de 1955

A 58 años del bombardeo de Plaza de Mayo: relato en primera persona

Los dos nos habíamos abrigado muy bien. Yo con mi sobretodo en su quinto invierno y Alejandro con un trajecito de franela color marrón con rayas blancas, zoquetes, zapatos marrones y ese pequeño sobretodo azul oscuro que con Martita le habíamos comprado cuando comenzó el otoño. Ya le iba medio chico. Tomamos (..) el subterráneo. 
18.06.2013 | 09:05
Descendimos en la estación Diagonal Norte y buscamos el tranvía que llegaba hasta la Plaza de Mayo (…). A la altura de la avenida Alem y Bartolomé Mitre, el trolebús que nos dejaría en la esquina del sanatorio estaba detenido en la parada. Caminé a paso ligero, casi arrastrando a Alejandro detrás de mí, y quise ver la hora; las doce y media pasada. Apuré un poco más el paso y un ruido que me resultó extraño de repente nos aturdió a todos (…). Eran aviones. 

Después una explosión enorme y una lengua de fuego y gritos que venían de todas partes. Había estallado el trolebús que queríamos alcanzar. Me quedé congelado, aterrorizado, apreté bien fuerte la mano de Alejandro (…). Todos buscaban un refugio hasta ahora desconocido. Casi de un salto, sin soltar la mano de Alejandro, que miraba a su alrededor sin darse cuenta bien de lo que sucedía, me zambullí en la puerta de un bar que ya estaba lleno de gente y de gritos. Esto me sucedió el 16 de junio.

Estaban bombardeando la Plaza de Mayo. Querían voltear a Perón pero asesinaban a gente inocente. Todos sabíamos que el gobierno estaba en una posición débil y las versiones sobre levantamientos militares estaban a la orden de día, pero eso fue una barbaridad. Fue un acto de criminales (…). Sentía que estábamos en una trampa mortal, que en cualquier momento volaríamos por los aires. Alcé en mis brazos a Alejandro, lo apreté contra el pecho y salí corriendo por la avenida Alem hacia Retiro. Corrí con toda la fuerza que me permitieron mis piernas.

Quería alejarme de la Plaza, que estallaba entre aviones de sobrevuelos rasantes, explosiones de bombas y repiqueteos de ametralladoras. Sentí que me quería escapar del infierno y no me di cuenta que gritaba y lloraba al mismo tiempo; por Alejandro que estaba en mis brazos, por Martita que estaba sola en el sanatorio; por mí, por todos los que gritábamos. Después de correr no me acuerdo cuántas cuadras ya no me quedaban aire ni fuerzas. Me detuve, me senté sobre el cordón de la vereda y le dije a una mujer que me miraba con ojos de terror, ¡son unos hijos de puta, están matando a la gente! (…).

Cuando subimos hasta el piso en el que se encontraba la habitación de Martita, otra enfermera me dijo que debíamos esperar un rato. Que nos podíamos sentar pero, señor Bordenave, quédese tranquilo, lo felicito, su señora tuvo una nena preciosa. Le acarició la cabeza a Alejandro y le dijo:- tu hermana es hermosa, ¡tenés que cuidarla, eh! Me dejé caer en un sillón. Quise evitarlo pero no pude; fue mejor, ahí podía llorar tranquilo. Creo que Alejandro me miraba con  cara de susto, de desconcierto pero en silencio. Apenas le oí decir, ¿qué pasa papá, cuándo veo a mi hermana? Pero mirá si serán hijos de puta. Después informaron que habían muerto trescientos cincuenta y cinco personas y que hubo cerca de seiscientos heridos (…).

Hay que ser muy hijo de puta para bombardear y ametrallar (…). Me imagino lo que vos me vas a decir, pero no quiero ni pensar en lo serán capaces de hacer estos tipos cuando derroquen a Perón (…). Ese fue el relato que Pedro Bordenave le hizo a su viejo amigo José Luis Batilana, recién llegado a Buenos Aires, sobre los acontecimientos del 16 de junio de 1955”.


El relato fue la experiencia personal del periodista Víctor Ego Ducrot, quien en el artículo es Alejandro, mientras que Pedro Bordenave, su padre.

Fuente: Tiempo Argentino

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