Opinión

El retorno de la lealtad

por Federico Brugaletta para Babel (*). La figura de Julio Cleto Cobos ya forma parte indiscutible de la lista de traidores para la militancia peronista -y por qué no- para un amplio sector de la sociedad argentina. Quizás para muchos, estos tipos de terminologías son “chicanas berretas”, de poca monta y de uso patotero. Pero, más allá de que algo de esto es cierto, también hay que poder reconocer en estas categorías de la cultura popular, su importancia e historia para la acción y reflexión política.
17.04.2011 | 19:59
Efectivamente, hay hoy por parte de la militancia kirchnerista un retorno al léxico histórico del movimiento fundado por Perón. Con Cleto retorna la categoría de “traidor” y con ella, la pregunta siempre latente sobre el sentido de la “lealtad” en la política.

Si bien los radicales ya lo habían sentenciado al echarlo de su propio partido, Julio Cleto Cobos se gana el mote de “traidor” la noche del 17 de julio de 2008 con su voto “no positivo” a favor de las patronales agropecuarias. Visto desde hoy, esa noche del 2008, quizás haya sido el punto más alto alcanzado por el Vicepresidente en su carrera política. Por impericia propia o por la evidente habilidad del gobierno de reponerse de las derrotas –tanto la del conflicto de la 125, como de las elecciones de medio término de 2009- todo su capital político fue declinando hasta la inevitable baja de la pre-candidatura presidencial del pasado 7 de abril.

Ahora bien, hacer leña del árbol caído nos puede satisfacer el sadismo pero no fortalecer la inteligencia. El derrotero de Cobos nos dejó el retorno de la figura del “traidor”, y la de su opuesto el “leal”. Pero ¿Qué entendemos por lealtad política hoy? ¿Cuáles son sus viejos y nuevos significados? ¿Se es leal a los aparatos, a ideas, a determinadas personas o a ciertos intereses?
En la historia política argentina no hay otra fecha tan significativa como el 17 de octubre de 1945 para referirnos a la lealtad. Gesto de un pueblo movilizado en defensa de sus

intereses y su líder, el 17 de octubre condensa una época donde la lealtad estaba aparejada a un modo de representación política –paternalista, indirecta, carismática si se quiere- pero desde donde los intereses de los sectores mayoritarios de la sociedad se expresaban, y alcanzaban así presencia en una clase política hasta ese momento restringida. La relación masa-líder no fue para nada unidireccional, siempre existieron tensiones ejercidas desde ambos polos. Y en esa puja entre pueblo y líder se fueron tejiendo varios acontecimientos políticos de nuestro país.

Al día de hoy, la lealtad parece reducida a un mero encolumnamiento. Muchas veces, esto es visto despectivamente como una práctica carente de pensamiento, como seguimiento acrítico y obsecuente. No lo es necesariamente. La disciplina partidaria es una práctica indispensable de todo espacio político que pretenda alcanzar esferas reales de gobierno y poder. Lo importante, en última instancia, no es ser o no obediente, sino saber ¿a quién obedece uno? ¿A qué se les es leal? ¿Y con qué fin se lo es?

Todo ciudadano debe hacerse estas preguntas, por lo menos, una vez cada cuatro años. El 2011 nos pone en este brete nuevamente a todos los argentinos. El retorno del valor de la lealtad es bienvenido si nos permite reflexionar sobre nuestras propias obediencias. ¿A quién respondemos? ¿A corporaciones? ¿A medios? ¿A personas? ¿A intereses? ¿A cuáles?

Para finalizar, un axioma muy usado por el presidente de Bolivia, Evo Morales: “mandar obedeciendo al pueblo”. Por demás interesante, esta máxima política nos interpela: obedezcamos, seamos leales. El problema, al fin y al cabo, es tener la claridad suficiente para saber cuáles son los intereses del pueblo, de las mayorías populares y de las minorías culturales. Quizás sea hora de asumir este debate entre todos.


* Estudiante de Ciencias de la Educación -Univ. Nacional de La Plata, 23 años.

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