Por Jorge Lozano
El pensamiento económico de Francisco
No es el primer Papa en dedicarse a cuestiones sociales. Si bien el magisterio social reconoce su inicio sistemático en 1891, sin embargo la doctrina acerca de la justicia, el amor al prójimo, y en particular a los pobres, hunde sus raíces en la predicación de los profetas y en Jesús de Nazareth. La salvación de Dios abarca todas las dimensiones de la existencia: la oración, el cuidado a los hermanos, el trato a la obra creadora de Dios, el uso del dinero, el trabajo...
14.02.2014 | 08:41
Por Monseñor Jorge Lozano
Francisco ha retomado la tradición de sus antecesores con su estilo propio, punzante, directo y cuestionador, provocando adhesiones de los ámbitos sociales más diversos, y cosechando también algunas críticas de sectores conservadores.
En sus viajes ha puesto negro sobre blanco. En la isla de Lampedusa denunció la globalización de la indiferencia ante los migrantes pobres que se largan al mar con la urgencia de llegar a otro mundo. Un mundo que permite circulación de dinero sin fronteras, pero las pone con alambres de púas a las personas pobres. En Cerdeña habló acerca de la falta de trabajo y un modelo económico perverso que excluye. En Brasil sorprendió con que la sociedad se pasó de rosca privilegiando el lucro y la tiranía del dinero. A los representantes de la FAO les señaló la necesidad de la justicia en la distribución de alimentos. Y podemos seguir mencionando unas cuántas intervenciones más.
Francisco suele describir la situación de inequidad global y aun dentro de las sociedades económicamente más ricas, como una nueva forma de idolatría. Hace pocos meses dio a conocer una Exhortación Apostólica llamada en latín "Evangelii Gaudium", que significa “la alegría del Evangelio”, y se cita con las siglas EG. Allí nos dice que en el mundo “Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. (EG 55) En este párrafo escrito por Francisco hay dos palabras que me resuenan fuertemente, y que dan para pensar mucho: fetichismo y dictadura. Sabemos que nuestro Papa no es de adjetivar improvisadamente.
Es que el drama consiste en que se establece una relación perversa con el dinero “ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades”. (Ibíd.) No son la ética o la política las que imperan en las decisiones de la sociedad, sino los mercados y la Bolsa, engrosando de este modo ampliamente los bolsillos de unos pocos. Siempre los mismos pocos.
Sucede que "mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz". (EG 56) Siempre los mismos muchos. En las últimas décadas, debido a los avances de la ciencia y la tecnología, se ha incrementado enormemente la productividad en todos los órdenes de la economía. Sin embargo la acumulación de capitales siempre queda del mismo lado del mostrador. Esto significa en concreto que el mayor volumen de dinero que se obtiene, en lugar de promover campañas para terminar con el hambre en el mundo, o erradicar enfermedades evitables que provocan la muerte de millones de seres humanos, se invierte en hoteles de lujo en medio del desierto, o en millones de dólares por pases de jugadores de diversos deportes, o en otro tipo de despilfarro ostentoso.
Injusticias que claman al cielo. Violencia elegante aceptada en tapas de revistas de sospechosa superficialidad.
Por eso Francisco se refiere también a las llamadas "teorías del derrame" que sostienen que todo crecimiento económico provoca por sí mismo mayor equidad e inclusión social. Nos dice: "Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando." (EG 54) Es decir que cuando la copa se va llenando, en vez de derramar, se cambia el recipiente por uno más grande para seguir acumulando. En buen criollo, minga derrame.
Para que tengamos una idea de lo que esto significa en números, le acerco esta información. Hace pocas semanas un informe de Oxfam –agrupación que reúne a varias ONG dedicadas a la lucha contra la pobreza– da cuenta de que las 85 personas más ricas del orbe poseen la misma cantidad de dinero que la mitad de los habitantes más pobres del mismo mundo. Es decir, que 3500 millones de personas todas juntas no suman en sus bolsillos lo que acaparan 85 seres igualmente humanos. ¿Cómo podemos adjetivar esta proporción? A mí se me ocurren unas cuántas.
Bill Gates –a quien muchos coinciden en llamar el hombre más rico del planeta– ha dicho hace poco que para 2035 casi no habrá países pobres en el mundo. Podemos preguntarnos qué le decimos a los pobres, "¿ánimo que en 20 años estarás mejor?"
Algunas afirmaciones expresadas en lujosos escritorios desde el lado de los ricos suenan incomprensibles e hirientes desde los pobres.
Algunos "intelectuales de la economía" en el hemisferio norte han querido desacreditar las afirmaciones económicas de Francisco poniendo en duda el valor científico de las mismas.
Desconocen las posturas críticas de otros pensadores como Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998; Joseph Stiglitz, galardonado con el mismo premio en 2001; los economistas Stefano Zamagni, italiano, y el argentino Bernardo Kliksberg, por mencionar algunos otros que seguramente tendrán para los "sabios de siempre" algún defecto insalvable. Es que para decir que en el centro de toda actividad económica y política debe estar el ser humano no hacen falta muchos grados académicos.
La absolutización de las leyes del actual sistema económico ha llevado al rechazo de la ética y a la negación de Dios.
"La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona." (EG 57). Hablar de Dios también molesta porque Él "es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud". (Ibíd.)
Dios nos quiere libres.
La religión cristiana nos une a Dios y a los hermanos en un mismo amor. Por encima del ser humano, sólo Dios; que tampoco quiso quedar por arriba, sino que se hizo uno de nosotros para compartir nuestro camino.
San Pablo adviertía a los primeros cristianos acerca de "la avaricia, que es una forma de idolatría" (Col 3, 5), la que nos hace valorar más acaparar la riqueza que promover la justicia, y enseñaba a su joven discípulo Timoteo de manera contundente: "La avaricia es la raíz de todos los males" (1 Tim 6, 10). ¡Qué clarita la certeza de Jesús!: "No se puede servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13). Claro que ni Él ni los Apóstoles hicieron carreras de grado o postgrado en universidad alguna.
Tengamos cuidado y sabiduría. No sea que por querer ser "libres" de la fe, de la ética y la justicia, terminemos como servidores genuflexos del dinero y sacerdotes de sus altares.
* Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina.
En sus viajes ha puesto negro sobre blanco. En la isla de Lampedusa denunció la globalización de la indiferencia ante los migrantes pobres que se largan al mar con la urgencia de llegar a otro mundo. Un mundo que permite circulación de dinero sin fronteras, pero las pone con alambres de púas a las personas pobres. En Cerdeña habló acerca de la falta de trabajo y un modelo económico perverso que excluye. En Brasil sorprendió con que la sociedad se pasó de rosca privilegiando el lucro y la tiranía del dinero. A los representantes de la FAO les señaló la necesidad de la justicia en la distribución de alimentos. Y podemos seguir mencionando unas cuántas intervenciones más.
Francisco suele describir la situación de inequidad global y aun dentro de las sociedades económicamente más ricas, como una nueva forma de idolatría. Hace pocos meses dio a conocer una Exhortación Apostólica llamada en latín "Evangelii Gaudium", que significa “la alegría del Evangelio”, y se cita con las siglas EG. Allí nos dice que en el mundo “Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. (EG 55) En este párrafo escrito por Francisco hay dos palabras que me resuenan fuertemente, y que dan para pensar mucho: fetichismo y dictadura. Sabemos que nuestro Papa no es de adjetivar improvisadamente.
Es que el drama consiste en que se establece una relación perversa con el dinero “ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades”. (Ibíd.) No son la ética o la política las que imperan en las decisiones de la sociedad, sino los mercados y la Bolsa, engrosando de este modo ampliamente los bolsillos de unos pocos. Siempre los mismos pocos.
Sucede que "mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz". (EG 56) Siempre los mismos muchos. En las últimas décadas, debido a los avances de la ciencia y la tecnología, se ha incrementado enormemente la productividad en todos los órdenes de la economía. Sin embargo la acumulación de capitales siempre queda del mismo lado del mostrador. Esto significa en concreto que el mayor volumen de dinero que se obtiene, en lugar de promover campañas para terminar con el hambre en el mundo, o erradicar enfermedades evitables que provocan la muerte de millones de seres humanos, se invierte en hoteles de lujo en medio del desierto, o en millones de dólares por pases de jugadores de diversos deportes, o en otro tipo de despilfarro ostentoso.
Injusticias que claman al cielo. Violencia elegante aceptada en tapas de revistas de sospechosa superficialidad.
Por eso Francisco se refiere también a las llamadas "teorías del derrame" que sostienen que todo crecimiento económico provoca por sí mismo mayor equidad e inclusión social. Nos dice: "Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando." (EG 54) Es decir que cuando la copa se va llenando, en vez de derramar, se cambia el recipiente por uno más grande para seguir acumulando. En buen criollo, minga derrame.
Para que tengamos una idea de lo que esto significa en números, le acerco esta información. Hace pocas semanas un informe de Oxfam –agrupación que reúne a varias ONG dedicadas a la lucha contra la pobreza– da cuenta de que las 85 personas más ricas del orbe poseen la misma cantidad de dinero que la mitad de los habitantes más pobres del mismo mundo. Es decir, que 3500 millones de personas todas juntas no suman en sus bolsillos lo que acaparan 85 seres igualmente humanos. ¿Cómo podemos adjetivar esta proporción? A mí se me ocurren unas cuántas.
Bill Gates –a quien muchos coinciden en llamar el hombre más rico del planeta– ha dicho hace poco que para 2035 casi no habrá países pobres en el mundo. Podemos preguntarnos qué le decimos a los pobres, "¿ánimo que en 20 años estarás mejor?"
Algunas afirmaciones expresadas en lujosos escritorios desde el lado de los ricos suenan incomprensibles e hirientes desde los pobres.
Algunos "intelectuales de la economía" en el hemisferio norte han querido desacreditar las afirmaciones económicas de Francisco poniendo en duda el valor científico de las mismas.
Desconocen las posturas críticas de otros pensadores como Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998; Joseph Stiglitz, galardonado con el mismo premio en 2001; los economistas Stefano Zamagni, italiano, y el argentino Bernardo Kliksberg, por mencionar algunos otros que seguramente tendrán para los "sabios de siempre" algún defecto insalvable. Es que para decir que en el centro de toda actividad económica y política debe estar el ser humano no hacen falta muchos grados académicos.
La absolutización de las leyes del actual sistema económico ha llevado al rechazo de la ética y a la negación de Dios.
"La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona." (EG 57). Hablar de Dios también molesta porque Él "es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud". (Ibíd.)
Dios nos quiere libres.
La religión cristiana nos une a Dios y a los hermanos en un mismo amor. Por encima del ser humano, sólo Dios; que tampoco quiso quedar por arriba, sino que se hizo uno de nosotros para compartir nuestro camino.
San Pablo adviertía a los primeros cristianos acerca de "la avaricia, que es una forma de idolatría" (Col 3, 5), la que nos hace valorar más acaparar la riqueza que promover la justicia, y enseñaba a su joven discípulo Timoteo de manera contundente: "La avaricia es la raíz de todos los males" (1 Tim 6, 10). ¡Qué clarita la certeza de Jesús!: "No se puede servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13). Claro que ni Él ni los Apóstoles hicieron carreras de grado o postgrado en universidad alguna.
Tengamos cuidado y sabiduría. No sea que por querer ser "libres" de la fe, de la ética y la justicia, terminemos como servidores genuflexos del dinero y sacerdotes de sus altares.
* Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina.
Fuente: Tiempo Argentino