Por Mariano Cúparo Ortiz

"La fórmula del malentendido (emisión e inflación)"

Distintos medios publicaron esta semana la noticia de que el BCRA emite 230 millones de pesos por día desde el 2010. La información surge de un estudio de IDESA, una consultora en cuestiones económicas.
20.11.2015 | 00:16
Mediante la difusión de este informe se sostiene que la emisión es la única explicación posible para la pregunta de cuál es la causa de la inflación actual, lo cual lleva a conclusiones sobre la necesidad de achicar el gasto público. No es la intención de este artículo negar que la emisión (como los precios internacionales, como las variaciones en el tipo de cambio, como los oligopolios, como la puja distributiva, como las tarifas, etc) repercuta en los niveles de inflación y de hecho está claro que no ayuda a solucionarla, pero sí discutir la severidad de semejante afirmación.

Los economistas neoclásicos basan esta idea en una interpretación un poco extraña de una fórmula algebraica que ya tiene algunos siglos de existencia. Es importante reproducirla, incluso a riesgo de que el lector con sólo verla de lejos decida salir corriendo. Pero para comprender es necesario usar el lenguaje en el que los neoclásicos justifican su creencia y a partir de ahí hacer una buena crítica. Además, la fórmula es muy fácil de entender si se la explica claramente. De hecho es la descripción de una obviedad, lo que se dice una verdad de perogrullo:

M.V = P.Y

M es la cantidad de billetes y monedas que hay dando vueltas en la sociedad.V es la velocidad a la que las personas se intercambian esos billetes y monedas.P son los precios de todas las cosas que se producen en esa sociedadY son todas las cosas producidas en esa sociedad

Entonces es sencillo: la cantidad de billetes y monedas, que circulan a una velocidad determinada, tienen el mismo valor que el de la cantidad de cosas que produce la sociedad. La interpretación que hacen los neoclásicos de esta situación parte de 3 supuestos un poco absurdos:

1. V, o sea la velocidad a la que los billetes pasan de mano en mano, es siempre la misma y es rapidísima. La gente recibe un billete y no lo ahorra ni por instante. Sale corriendo inmediatamente a gastarlo. Por ende, cada billete emitido es una nueva demanda de productos, totalmente inflacionaria.

2. Y, o sea el producto de la sociedad, está siempre al nivel de pleno empleo (refiere tanto a empleo humano como de las instalaciones productivas). Es decir que ante la nueva demanda ya no se pueden producir más unidades de ningún producto: no queda otra que subir los precios.

3. La más importante: estando V e Y fijas, un movimiento asecendente en M, es decir una nueva emisión de billetes y monedas, tiene que generar necesariamente un movimiento ascendente en P. Esto quiere decir que P determina a M. Y de ninguna manera esto puede ser al revés.

Estamos sin dudas frente a tres absurdos. La sola idea de pensar que no existen variaciones en la velocidad en la que uno decide gastar los pesos que recibe es impensable. Todos los días, en la experiencia cotidiana, uno decide gastar una parte de lo que tiene y ahorrarse el resto. Y más chocante aún es la idea de que siempre hay pleno empleo: por el contrario, en general esto no es así.

El más burdo de los absurdos es que según esta interpretación de los neoclásicos, la cantidad de billetes y monedas determina los precios. Pero como se puede ver, esta fórmula algebraica presenta una igualdad. Nada permite afirmar que M determina a P sin reconocer que P puede determinar a M.

De hecho, cuando un empresario pretende incrementar sus ganancias, para redistribuir en su favor una parte de la totalidad del dinero que da vueltas en la sociedad, puede hacerlo aumentando los precios de sus productos. Cuando esa actitud se contagia se genera inflación (aumento generalizado y sostenido de precios). Ante esa situación, el Banco Central se ve en la obligación de aumentar la cantidad de billetes y monedas.

Ese dinero es necesario para que los asalariados, perjudicados por la redistribución forzada, puedan acceder a la cantidad de bienes a la que accedían antes, lo que evitaría, además de un perjuicio humano, una contracción de la actividad económica.
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