EL PERIODISTA Y EL ABOGADO CONTRA LA MAQUINARIA DE GOYENECHE
Dos hombres solos
«Un hombre solo es solo el comienzo para que algo se empiece a concretar», comenzaba la canción de un viejo single publicitario. Es el caso del proceso que culminó con la salida indecorosa de Goyeneche del Ministerio Fiscal.
25.05.2022 | 16:30
La génesis hay que buscarla en una nota publicada por Néstor Bellini el 5 de diciembre de 2018, poco tiempo después de que haya comenzado la investigación sobre la causa “Contratos”, referida a supuestos desvíos de fondos públicos de la Legislatura a través de contrataciones ficticias.
La edición de ese día contenía un artículo titulado “Contratos truchos: una vinculación que podría complicar la investigación”. Su autor revelaba allí lo que era un secreto a voces en los pasillos de Tribunales: la entonces Procuradora Adjunta tenía una relación comercial y personal con uno de los imputados de la causa, Pedro Opromolla.
Como en un “efecto mariposa”, comenzó allí una historia que acabaría con la remoción de Goyeneche de su cargo.
Bellini es un trabajador hijo de trabajadores. Esa fue su única herencia, que consolidó en un compromiso político y social fuerte con ideas que defiende más allá de los yerros humanos en los que puedan incurrir quienes las ponen en práctica.
Cultor del perfil bajo a toda costa, es un defensor de la noción de la noticia en su función informativa de la sociedad y de que sea ésta la que, con los datos sobre el paño, tome las decisiones. Escapa así a la práctica habitual de cierto periodismo mainstream que «no busca la verdad ni siquiera la verosimilitud: busca el asombro» al igual que los metafísicos de Tlön, esa tierra fantástica ideada por Jorge Luis Borges.
Tras la publicación de la nota, las reacciones fueron diversas. Bellini recibió muchas felicitaciones por su «valentía» al dar a conocer el dato. Mucha gente le retiró el saludo y otros comenzaron a tratarlo como un paria. Un rasgo común en los tres casos es que todos se abrieron de piernas y lo dejaron en soledad frente a lo que se avecinaba. “En esta estás solo, hermano”, le confesó un hombre de leyes al que le fue a golpear la puerta.
La actitud de las organizaciones de defensa de la actividad periodística fue similar: un silencio vergonzante. Por otro lado, las entidades que aglutinan a la Familia Judicial (esa trama de relaciones conyugales, de parentesco y de interés que anuda a abogados, jueces, fiscales y otros operadores judiciales) lo señaló como integrante de una asociación delictiva que tenía por fin perjudicar el accionar de la Justicia.
Bellini siguió yendo a pie todas las mañanas a Tribunales a buscar historias que contar. A saltear almuerzos para poder solventar gastos de su familia y propios. Cuatro años después, el tiempo y las instituciones le dieron la razón.
El letrado integraba la lista de conjueces propuestos por el Poder Ejecutivo. Son abogados de la matrícula provincial que reúnen características profesionales para ser Fiscal General y que deben reemplazar a los vocales del Superior Tribunal de Justicia en casos especiales. El listado fue aprobado por unanimidad en el Senado provincial.
A esta nomina echó mano el Jurado de Enjuiciamiento para que surja de allí un persona que pudiera acusar a Goyeneche en el Jury. El razonamiento de los jurados fue: La ex funcionaria judicial era la segunda de la estructura de Fiscalía, por lo tanto ninguno de sus integrantes cuenta con la objetividad necesaria para realizar esta tarea. La intención de la ex Procuradora era diferente: que sea uno de sus subalternos quien ejerza el rol y, cuando llegue el momento, no acuse, no pida su destitución. Esto provocaría que el Jurado no tenga más opción que absolver. Ya pasó en el caso del juez Carlos Rossi, el que dejó libre al que luego sería el femicida de Micaela. El procurador general Jorge García no presentó cargos, fue absuelto y García y Rossi festejaron con un abrazo a la vista de todos, incluso de los familiares de la víctima.
Después de que más de una docena de conjueces rechazaron intervenir en el proceso alegando las más diversas razones, Justet dio un paso al frente y se hizo cargo de una responsabilidad cívica que otros proclaman con voz grave y altisonante pero que terminan guardando entre naftalinas en el arcón de recuerdos en sepia cuando el deber democrático convoca.
El abogado llegó a Paraná desde Gualeguay y retornó a su ciudad de la misma manera: solo. Usó el mismo traje verde oscuro en todas las audiencias del Jury, lo que generó que su figura parezca aún más pequeña en el moderno y señorial salón del tercer piso del Palacio de Tribunales.
En un costado del recinto, se parapetó detrás de un escritorio de madera y con el solo respaldo de una silla de cuerina resistió estoico los embates de la maquinaria desbocada que obscenamente se desplegó enfrente.
Como en un carnaval triste se abroquelaron fiscales venidos de toda la provincia y de todo rango que permanecieron en el recinto consumiendo vanamente horas y horas de trabajo rentado por el Estado; integrantes del Superior Tribunal de Justicia y abogados con apellido de más peso por prosapia que por eficacia.
A Justet este engranaje lo deslegitimó, despreció y le dispensó un destrato que ningún ser humano merece. Nadie hablaba con él. Cruzó sólo algunas palabras con periodistas que superaron las miradas amenazantes y se acercaron a charla al escritorio que no abandonó ni siquiera en los largos y tediosos cuartos intermedios.
Impávido, tal vez con la procesión por dentro, munido solo de una notebook que tenía que mantener enchufada para que no se apague y de una elocuencia que fue tomando vuelo a pesar de un comienzo enredado y de las recurrentes muletillas, Justet no se extravió ni se amilanó: fue desplegando los hechos con paciencia hasta que la verdad quedó a la vista.
Soportó con mirada firme el último rugido, el último estertor de la maquinaria que tenía enfrente cuando culminó el alegato defensivo y el grupo de cortesanos se puso de pie para un aplauso orquestado.
El abogado gualeyo guardó sus pertenencias e hizo mutis por el foro mientras el carnaval realizaba su última pasada.
Justet, como todo hombre ante su circunstancia, peleó contra sí mismo y contra sus limitaciones, se enfrentó a adversidades que parecían duplicar sus esfuerzos y se plantó ante el mecanismo que pretendía devorarlo. Esta lucha no fue en vano: las instituciones de la democracia y de la Constitución también le dieron la razón.
La edición de ese día contenía un artículo titulado “Contratos truchos: una vinculación que podría complicar la investigación”. Su autor revelaba allí lo que era un secreto a voces en los pasillos de Tribunales: la entonces Procuradora Adjunta tenía una relación comercial y personal con uno de los imputados de la causa, Pedro Opromolla.
Como en un “efecto mariposa”, comenzó allí una historia que acabaría con la remoción de Goyeneche de su cargo.
Bellini es un trabajador hijo de trabajadores. Esa fue su única herencia, que consolidó en un compromiso político y social fuerte con ideas que defiende más allá de los yerros humanos en los que puedan incurrir quienes las ponen en práctica.
Cultor del perfil bajo a toda costa, es un defensor de la noción de la noticia en su función informativa de la sociedad y de que sea ésta la que, con los datos sobre el paño, tome las decisiones. Escapa así a la práctica habitual de cierto periodismo mainstream que «no busca la verdad ni siquiera la verosimilitud: busca el asombro» al igual que los metafísicos de Tlön, esa tierra fantástica ideada por Jorge Luis Borges.
Tras la publicación de la nota, las reacciones fueron diversas. Bellini recibió muchas felicitaciones por su «valentía» al dar a conocer el dato. Mucha gente le retiró el saludo y otros comenzaron a tratarlo como un paria. Un rasgo común en los tres casos es que todos se abrieron de piernas y lo dejaron en soledad frente a lo que se avecinaba. “En esta estás solo, hermano”, le confesó un hombre de leyes al que le fue a golpear la puerta.
La actitud de las organizaciones de defensa de la actividad periodística fue similar: un silencio vergonzante. Por otro lado, las entidades que aglutinan a la Familia Judicial (esa trama de relaciones conyugales, de parentesco y de interés que anuda a abogados, jueces, fiscales y otros operadores judiciales) lo señaló como integrante de una asociación delictiva que tenía por fin perjudicar el accionar de la Justicia.
Bellini siguió yendo a pie todas las mañanas a Tribunales a buscar historias que contar. A saltear almuerzos para poder solventar gastos de su familia y propios. Cuatro años después, el tiempo y las instituciones le dieron la razón.
De otra tierra
Gastón Justet fue un desconocido para gran parte de la provincia hasta que decidió hacerse cargo de la acusación contra Goyeneche. Esto sirvió para que algunos malintencionados tergiversaran sus antecedentes personales y profesionales a fin de ligarlo a hechos donde no tuvo participación o donde, directamente, su intervención fue la contraria. El «efecto Tlön» recargado.El letrado integraba la lista de conjueces propuestos por el Poder Ejecutivo. Son abogados de la matrícula provincial que reúnen características profesionales para ser Fiscal General y que deben reemplazar a los vocales del Superior Tribunal de Justicia en casos especiales. El listado fue aprobado por unanimidad en el Senado provincial.
A esta nomina echó mano el Jurado de Enjuiciamiento para que surja de allí un persona que pudiera acusar a Goyeneche en el Jury. El razonamiento de los jurados fue: La ex funcionaria judicial era la segunda de la estructura de Fiscalía, por lo tanto ninguno de sus integrantes cuenta con la objetividad necesaria para realizar esta tarea. La intención de la ex Procuradora era diferente: que sea uno de sus subalternos quien ejerza el rol y, cuando llegue el momento, no acuse, no pida su destitución. Esto provocaría que el Jurado no tenga más opción que absolver. Ya pasó en el caso del juez Carlos Rossi, el que dejó libre al que luego sería el femicida de Micaela. El procurador general Jorge García no presentó cargos, fue absuelto y García y Rossi festejaron con un abrazo a la vista de todos, incluso de los familiares de la víctima.
Después de que más de una docena de conjueces rechazaron intervenir en el proceso alegando las más diversas razones, Justet dio un paso al frente y se hizo cargo de una responsabilidad cívica que otros proclaman con voz grave y altisonante pero que terminan guardando entre naftalinas en el arcón de recuerdos en sepia cuando el deber democrático convoca.
El abogado llegó a Paraná desde Gualeguay y retornó a su ciudad de la misma manera: solo. Usó el mismo traje verde oscuro en todas las audiencias del Jury, lo que generó que su figura parezca aún más pequeña en el moderno y señorial salón del tercer piso del Palacio de Tribunales.
En un costado del recinto, se parapetó detrás de un escritorio de madera y con el solo respaldo de una silla de cuerina resistió estoico los embates de la maquinaria desbocada que obscenamente se desplegó enfrente.
Como en un carnaval triste se abroquelaron fiscales venidos de toda la provincia y de todo rango que permanecieron en el recinto consumiendo vanamente horas y horas de trabajo rentado por el Estado; integrantes del Superior Tribunal de Justicia y abogados con apellido de más peso por prosapia que por eficacia.
A Justet este engranaje lo deslegitimó, despreció y le dispensó un destrato que ningún ser humano merece. Nadie hablaba con él. Cruzó sólo algunas palabras con periodistas que superaron las miradas amenazantes y se acercaron a charla al escritorio que no abandonó ni siquiera en los largos y tediosos cuartos intermedios.
Impávido, tal vez con la procesión por dentro, munido solo de una notebook que tenía que mantener enchufada para que no se apague y de una elocuencia que fue tomando vuelo a pesar de un comienzo enredado y de las recurrentes muletillas, Justet no se extravió ni se amilanó: fue desplegando los hechos con paciencia hasta que la verdad quedó a la vista.
Soportó con mirada firme el último rugido, el último estertor de la maquinaria que tenía enfrente cuando culminó el alegato defensivo y el grupo de cortesanos se puso de pie para un aplauso orquestado.
El abogado gualeyo guardó sus pertenencias e hizo mutis por el foro mientras el carnaval realizaba su última pasada.
Justet, como todo hombre ante su circunstancia, peleó contra sí mismo y contra sus limitaciones, se enfrentó a adversidades que parecían duplicar sus esfuerzos y se plantó ante el mecanismo que pretendía devorarlo. Esta lucha no fue en vano: las instituciones de la democracia y de la Constitución también le dieron la razón.
Fuente: APF
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